El malestar de nuestro Siglo
El malestar por lo general es político, cultural y espiritual. Cada época tiene su impronta de goce o displacer que genera malestar psíquico.
No es que haya “síntomas viejos” y “síntomas nuevos” en términos sociales, sino que cambian los imperativos culturales, y las personas deben convivir con nuevas exigencias. Un fenómeno que produce fatiga física y mental, hasta adaptarse a una nueva realidad o “normalidad”.
El yo, según la piscología, quisiera hacer ciertas cosas que la cultura no le permite, entonces se reprime. El sujeto humano está dividido por deseos que son inconciliables con el deber-ser, o con principios o valores sociales, que muchas veces, son impuestos, por estructuras rígidas de determinados grupos.
El sujeto está reprimido, vergonzoso, limitado y frustrado desde una salud mental saludable.
La visibilización del discurso insatisfecho de la opresión cultural patriarcal hacia las mujeres, es solo un ejemplo, donde están destinadas, solo, a la reproducción y el matrimonio.
Actualmente, aparece frases como “pare de sufrir” desde un movimiento religioso, que parece, no haber logrado un cambio radical, sino más bien, una nueva manipulación de las masas.
¿Cómo alcanzar la felicidad y mantenerla?
Subyacen los emergentes de moda: ¡Sé feliz! ¡Viví el hoy! ¡Sé libre! ¡Decide sobre tu cuerpo! Todos los imperativos superyoicos que promueven borrar la tristeza de la mente humana e intentan meter el malestar abajo de la alfombra.
En nuestro siglo, vemos en la televisión y el cine, más gente desnuda que triste. La tristeza que no tiene lugar, que no es escuchada, se transforma en ira, bronca, agresión social.
Los jóvenes y adultos que se golpean y agreden a sus pares, suelen ser personas profundamente tristes y se sienten solos en un mundo que refuerza la agresión desde los lugares de influencia mediática y del poder político.
El reclamo social, más encierro en las cárceles y más medicación psiquiátrica, anestesian el alma y agrava la frustración humana, en vez de trabajar en la prevención y la educación como salida.
El imperativo bíblico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En este punto, parecería entrar en conflicto con la pulsión destructiva desde épocas remotas de Caín y Abel, primer fratricidio de la historia humana.
“El hombre intenta satisfacer su necesidad de agresión a expensas de su prójimo, de explotar su trabajo sin compensación, de utilizarlo sexualmente, sin su consentimiento, de apropiarse de sus bienes, de humillarlo, de infligirle sufrimiento, de martirizarlo y de matarlo”. (Libro Malestar de la Cultura).
Con otras palabras el odio hacia uno mismo, que Freud llama “la necesidad de castigo”.
La reciente pandemia de la covid-19, una vez más puso en evidencia, que seguimos siendo “dioses vulnerables”, ni con toda la ciencia y la tecnología se pudo anticipar o atenuar la epidemia que surgió de la segunda potencia militar y económica del mundo.
Con la muerte del mejor jugador de futbol de la historia, se discurre la supuesta eternización de los ídolos populares que nunca dieron respuestas que valgan la pena.
Frente a la dureza del existir, el ser humano sigue buscando refugio en la religión -el fenómeno religioso- lejos de desaparecer, como auguran lo globalistas, se intensifica en el presente, y simultáneamente crecen exponencialmente las adicciones tecnológicas y la pornografía para mitigar la insatisfacción.
Llama la atención la resistencia u odio hacia la vejez.
Cuanto mayor es la persona, más rechazo genera. También su sabiduría es muy incómoda en nuestra cultura. Los adultos mayores suelen hablar mucho del pasado, todo lo contrario a la exigencia de “vivir en presente”. Se aísla en soledad al moribundo, para seguir promoviendo la ilusión de eterna juventud.
El camino más saludable y superador, focalizarse, equilibradamente a una relación de paz con el otro, aunque no siempre depende de uno, al menos intentarlo cada día.
Búsqueda sincera del verdadero Dios, creador, soberano, eterno, comprensivo y empático con el dolor humano. Liberador y dispuesto a proveer a quien quiera, sabiduría no contaminada en un mundo que pareciera dirigirse irremediablemente a la autodestrucción.
Daniel Bustamante. Teología, Trabajo Social y Salud.

