El tormento de la cruz y una esperanza viva
Normalmente, una crucifixión se describiría como una forma de muerte lenta y dolorosa en la que al prisionero le clavaban los pies a un poste vertical y las manos a otro horizontal, formando así una cruz.
Un análisis de un esqueleto de 2.000 años de antigüedad, ha sacudido a la comunidad científica, ya que se trata de la segunda prueba indiscutible de un macabro método de ejecución del Imperio Romano.
Otro grupo de arqueólogos e investigadores italianos publican en la revista ‘Ciencias Arqueológicas y Antropológicas’ tras realizar una prueba de los restos hallados en 2007 durante una excavación, según informa ‘Times of Israel’ concluyendo que la crucifixión fue un castigo de ejecución pública, comprobable y presente en numerosos escritos y también citada en la Biblia como el método usado por las autoridades romanas de Judea para asesinar a Jesucristo.
La cruz era el castigo más violento que aplicaban los romanos a criminales de máxima peligrosidad, adversarios del estado, extranjeros y esclavos.
En la cruz, el hambre, la sed, la infección, el colapso de diferentes órganos como los pulmones y el corazón aseguraban la muerte por un paro cardio respiratorio y hematidrosis (sangre en el sudor por un extremo estrés) a pesar que Jesús era un hombre joven, saludable y en optimas condiciones físicas.
Los judíos consideraban que cualquier persona crucificada era etiquetada como “maldita” por la ley de Moisés (Dt. 21.22-23).
La historia bíblica registra a Jesús en la colina del Gólgota entre dos crucificados; dos malhechores que padecían justamente, según confiesa uno de ellos. A confesión de parte relevo de pruebas. (Juan 19:18).
En el momento en que los tres condenados a la sentencia final comienza un dialogo que no puede pasar desapercibido en medio del dolor y la resignación. Uno de los criminales se burla de Jesús, sugiriéndole que se salve a sí mismo y que le salve a él también.
El malhechor le pide a Jesús que haga un milagro, que llame a sus discípulos, en fin, que haga “algo” para detener la ejecución. Entonces entra en escena el otro criminal, quien reprende al primero por equipararse con Jesús. Después de callar a su compañero, se dirige a Jesús, hablando seguramente con gran dificultad. Este otro criminal reconoce la grandeza de Jesús y le pide humildemente que se acuerde de él cuando venga en su reino (Luc. 23:39-43).
Una gran paradoja que confronta nuestras creencias : el primero en reconocer al Crucificado como Señor fue otro crucificado, un marginado, un excluido de sociedad, alguien que tal vez no concurría a ningún servicio religioso, recibe la revelación divina que le permite reconocer en Jesús al Mesías prometido, a un Salvador personal. A este compañero de cruz, Jesús le ofrece la esperanza de vida eterna.
Y esta vida no se pospone a un futuro lejano. La vida abundante que solo Jesús ofrece, comienza aquí y ahora, no en un futuro incierto o basado en algún mérito humano.
Solo la gracia de Dios llega tan lejos a cubrir tanta miseria de la condición humana.
Esta es una buena noticia para toda aquella persona que ha sufrido en la vida. Todos aquellos que han sido “crucificados” por el dolor, la pobreza, el desamor y el desamparo del alma, pueden encontrar la vida plena en Jesús, solo con depositar su fe en alguien que venció al enemigo numero uno de la humanidad: la muerte y el peor tormento.
Daniel Bustamante, Teología, Trabajo Social y Salud.

